lunes, 24 de diciembre de 2007

DE LOS QUE NO PUEDEN HACERSE ESCUCHAR

Antes de cualquier posible confusión, quisiera aclarar que éste no es un escrito acerca de la defensa de los derechos, de los menos desposeídos, de la lucha en contra de las injusticias, ni nada que se le parezca; aunque a final de cuentas puede que sea todo eso, pero a estas alturas, no viene al caso. Por los momentos, estas líneas versan exacta y literalmente de lo que dice el título; el hecho de no ser escuchado.

Que mi bolsa de atributos ha estado los suficientemente llena desde que nací, ciertamente, no me quejo. Pero puedo decir con toda seguridad que quien sea que se encargue del ensamblaje de los seres humanos –yo particularmente lo conozco como Dios- se asegura también de colocar entre todas las características al menos un defecto. El mío es tener una mala voz.

Mi defecto tiene la mala maña de ser multiplicador de malos ratos, así como multiplicador de malos rasgos. No es una mala voz porque no sea melodiosa, poco apta para dedicarme al canto como carrera. Jamás, ni que quisiera, podría ser cantante, pero no es eso algo que me afecte. Mi voz es una mala voz en serio, mala de malvada, mala de inicua.

Es chillona y bajita, al punto que a algunos podría parecerles inocente, tímida. Pero es conmigo tan cruel que a veces se me figura con personalidad propia y yo siento que en el fondo, con su tono de mosquita muerta, se le hacen graciosas todas las penurias que yo tengo que pasar por su culpa.

Sólo las personas que han corrido con la misma suerte, digo, con la misma mala suerte que yo, podrán entender que lo que digo no tiene ni una pizca de broma. Imagínese, nada más para empezar, que usted jamás pudiese molestarse en serio, como dicen vulgarmente, caerle a gritos a alguien. En un momento uno se siente hervir de la rabia, la furia se le hace incontrolable, abre la boca con el mayor ímpetu y… Nada. Ni el menor susto, ninguna reacción en su interlocutor. ¡O peor! En medio de su desahogo empieza a notar una leve mueca, el esbozo de una sonrisa; lógica en reacción en el que no puede asociar lo que ve con lo que escucha. Razonable es para él estarse burlando de una especie de ardilla que grita histérica, pero no lo es para usted, que se pone en mi puesto, no lo es para mí, que lo vivo. ¡¿Es que acaso las ardillas no tienen derecho a molestarse?! ¡¿Es que acaso las ardillas no podemos gritar?!

Ni hablar de poder llamar la atención de alguien a distancia, ni hablar de pensar en una carrera de locutor, ni hablar de dar cursos de oratoria. Uno se molesta una, otra, y muchas veces. Luego de veinte años, más o menos, entendemos –que no es lo mismo que resignarse- que hay personas que se hacen escuchar, pero que la mayoría nos hacemos entender; hay las que escriben, las que bailan, las que pintan, las que besan, las que de todo un poco. Y entiendo yo que en mi bolsa lo más pesado es mi defecto, pero que no es lo que más espacio ocupa.

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