
La conservación de los recuerdos es un tema que nos concierne a todos, a unos nos preocupa más y a otros menos, pero, al fin y al cabo, no es algo ante lo que podamos hacernos la vista gorda —por lo menos, no por mucho tiempo—. Pero la memoria no sólo está hecha de conocimientos adquiridos a través de la experiencia; una serie de signos en un orden específico con un significado racional; está también formada por todos aquellos nexos que permiten establecer una relación entre lo que somos hoy y lo que hemos sido, es decir, lo que sentimos hoy versus lo que sentíamos en un pasado, lo autobiográfico meramente. La primera es denominada memoria semántica y, la segunda, memoria episódica.
El poder recordar fechas de sucesos históricos con exactitud y no poder recordar cuál es el rostro del propio progenitor, es el tema al que Umberto Eco dedica su obra “La misteriosa llama de la reina Loana” en la que presenta la historia de un hombre de sesenta años que, tras despertar del coma, conserva la memoria semántica, pero todo lo relacionado con emociones fuertes y la propia experiencia cotidiana es llevado al desván del olvido.
Me atrevo a decir que es precisamente esto lo que casi ninguno de nosotros se ha llegado a plantear. Nos es casi imposible concebir la pérdida de memoria en un sentido tan peculiar; se suele ver como algo que está presente o no, pero nunca como aspecto dual.
Invertimos todos nuestros esfuerzos en “construir recuerdos” con cada nueva experiencia; la primera rumba, la primera cita, las primeras vacaciones con los amigos…; pero definimos como insignificantes aquellos momentos de la cotidianidad carentes de ese carácter novedoso. El desayunar resulta algo totalmente insignificante y no nos percatamos de que eso podría constituir un foco de sensaciones que, en un futuro —más cercano que lejano—, nos podría definir más que cualquier otro momento.
Es una locura pretender enfocar nuestra atención en dar la importancia merecida a cada situación. Lo que puede no ser una demencia es el mero hecho de vivir con la conciencia de una existencia que no subestima los momentos, sino que valora a todos como un conjunto inseparable y totalmente dependiente entre sí. En fin, como para la construcción de recuerdos sólo se necesita existir, y conservarlos no depende totalmente de sí mismos, es un desperdicio tratar de hacer algo al respecto, sólo nos queda disfrutar el vivir.
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