Mas tarde, cuando los abusadores ya habían hecho tres canales (los bolsas, los vivos y los mas vivos) y yo tenia un cosquilleo en las nalgas, vi que una familia de indios wayú caminaba contentísima entre los carros. Bajé el vidrio y les pregunte si sabían qué había mas adelante. La que parecía la hija mas grande se volteó a verme. Luego le dijo algo a su padre al oído. Este le respondió en su idioma indígena. La chama se volteó de nuevo y me dijo en perfecto español varias cosas, muy rápido, de lo cual sólo capté mas o menos esto: que ellos pasaron las navidades en Caracas y ahora regresaban a su tierra en el estado Bolívar; que el autobús en el que venían se paró porque los carros que estaban adelante también se habían parado; que la nene tenía ganas de orinar y se bajaron todos a acompañarla; que cuando terminó el autobús se había movido un poco y como no querían volver a pagar el pasaje por empezar un nuevo viaje, decidieron seguir a pie; que mas adelante había otro autobús parado atravesando la vía, sin cauchos y con gente afuera.
Le pregunté si habían hablado con la gente de ese segundo autobús. La muchacha volvió a preguntarle al papa en un murmullo y este volvió a hablarle en su idioma. Luego me respondió que ella misma se tropezó con el chofer y este le dijo que estaban llamando por teléfono a una alcabala de la Guardia Nacional que se encontraba en esa misma carretera, y que tenían una hora en eso. Le pregunté mas: nombre, edad, y por qué le pedía las respuestas a su papa si ella misma presenció las cosas. Me dijo que no quería decirme esos datos y que su papa no hablaba español pero era el único de la familia autorizado a hablar con personas desconocidas. Luego, sin despedirse, siguieron caminando.
Yo me quedé aburrido sin nadie con quien hablar. Me angustiaba cada vez que pensaba que debería entrar a Barinas al mediodía y solo faltaban dos horas para eso. La carretera, una vía principal que comunica a todo un estado, estaba trancada como un estacionamiento, y todo porque un autobús se quedo sin ruedas y las autoridades se tardaban en resolver.
Apenas pensé eso se movió la cola. Avanzamos un poquito, y después no mas porque todos los abusadores empezaron a reingresar al canal legal.
Prendí la radio y sólo se oían dos estaciones: ruido y ordinario. Nada de música chévere. Pero no importó mucho porque me puse contento cuando los carros se empezaron a mover sin pararse. Duramos así la distancia de tres curvas de carretera, y vi que pasaron tres ambulancias por el canal contrario, dos en dirección contraria y una en la que yo iba. Yo esperaba que no fueran heridos de algún carro accidentado porque, de ser así, estaba difícil el proceso.
Cuando pasaron las tres curvas, la cola se convirtió en estacionamiento otra vez. Yo tenía la esperanza de que era un pequeño retraso mas y que de nuevo volvería a andar. Esperé y estuve atento hasta que pasaron 20 minutos y me volví a resignar, pero ahora con ganas de llorar.
Como la ansiedad se estaba volviendo insoportable, saqué mi laptop de la guantera, la enchufé y la prendí para poner un CD. Cerré los ojos para descansarlos un rato nada mas.
Pasaron no se cuantos minutos y apenitas abrí un ojo para ver la bulla del carro de al lado: era un chevy viejo y oxidado, con un conductor igual y dos mujeres bebiendo cerveza y gritando vulgaridades. Me agaché un poco en mi asiento para que no me vieran y evitar algún cruce de groserías, pero las bebidas me dieron sed. No tenia nada en el carro. Pensar en tomar algo me dio ganas de hacer pipi. Estaba tratando de no angustiarme otra vez y cerré el ojo de nuevo.
Cuando unas luces fuertes se pegaron atrás, volteé con los ojos abiertos y vi un autobús. Seguramente todos los carros pequeños que venían detrás de mi se volvieron abusadores cuando no aguantaron mas tanta espera. Yo me asomé un poco a ver si me podía cambiar a uno de los canales esos pero me dio flojera.
Para tranquilizarme sin música, me puse a cantar. Como nadie me oía, me fui con todo.
Las luces de los carros que venían al contrario me dieron un poquito de migraña, entonces dejé de hacer esfuerzo con la cabeza para cantar.
Quería música y busqué mi laptop en la guantera para poner un CD, pero no estaba. Me acordé que ya la había sacado, la puse en el asiento del copiloto y en algún momento se me perdió. A lo mejor un desgraciado se la había llevado sin que yo me diera cuenta. Cuando se me ocurrió eso descargué todo lo que me estaba tragando con esa cola, me dio tanta rabia que salí del carro, tranque la puerta y di un paso fuerte. Quería buscar al animal que se había metido en la ventana de mi carro a robarse mi computadora. Todavía lo pienso y no puedo creer que se la llevaron, maldita sea.
Fui molesto a la camioneta del frente. Es la misma que había estado siempre adelante desde que nos paramos. Le toque la ventana al conductor dos veces y no me respondió nada. Di la vuelta y toque a la ventana del copiloto. El vidrio se bajó un poquito nada mas. Vi que el conductor era una señora y que el carro estaba lleno de niños. El que me bajó el vidrio tendría como 12 años.
La mujer se me quedó mirando con petulancia y yo le expliqué lo que me pasó. Los chamos atrás se rieron, tratando de disimular. La señora me dijo que no había visto nada, pero el chamo copiloto me dijo que él vio unos tipos corriendo hace bastante rato, que llevaban algo plateado y se metieron en un carro viejo mas adelante, que me señaló. Les di las gracias y empecé a caminar al carro ese.
Terminé al lado de un Twingo parado detrás y entonces, lleno de rabia, pensé mejor la situación: si iba para allá les iba a decir sus cuatro cosas y que me devolvieran la computadora; pero ¿y si se movía la cola? Me daba pena con los carros de atrás. Se iban a molestar y con razón. Entonces no; me les quede mirando feo un rato, por si alguno se volteaba, y después volví a mi carro. Cuando pasé por la camioneta también los miré feo por si se reían. Los vidrios estaban abajo pero yo no los oí.
Llegué a mi carro pero no pude entrar, porque uno de los carros se había parado tan cerca que me bloqueaba para abrir la puerta. Ya no aguantaba. Le hice señas agresivamente para que se saliera un poco. Al principio vaciló, luego trató pero no pudo.
Me acerqué a la puerta del conductor y vi que eran una pareja veintiañera que estaba apenada. Al principio fui serio y les dije que en qué estaban pensando y todos esos reclamos, pero al rato empezamos a hablar para pasar el tiempo. Tenían acento de maracuchos sifrinos. Nos hicimos panitas mientras esperábamos que se moviera la cola para que yo pudiera volver a mi carro. Nos quejamos del país, del gobierno, de los militares, de la oposición, de la navidad, del frío, de los abusadores, de los malandros, de la inseguridad, de la música, etc. Me sentí bien de poder hablar con gente que me entendía. Hasta me prestaron una botella de agua vacía para orinar agachado mientras la chama se volteaba, y después me dieron una Oreo.
Los carros se movieron un poquito. Me metí al mío y me acordé que no les había pedido los teléfonos. Ellos avanzaron la distancia de unos cinco carros. Me dio fastidio salir de nuevo y al rato los perdí de vista. Ni nos despedimos.
Pasaron unos minutos mas, hasta que imprevistamente la cola empezó a avanzar, muy lento e intermitente primero, y un rato después, sin darme cuenta, ya iba fresco por la autopista. Al fin pude llegar a Guanare y pasar la tarde con mis compañeros de bachillerato que volvían de Mérida para Valencia.
Todo esto ocurrió verídicamente en apenas dos horas, un 27 de diciembre, en pleno “monte y culebra” de Venezuela.
1 comentario:
Jajajajajaja
Sé serio vale xD
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