miércoles, 9 de enero de 2008

Ataduras y aspiraciones


Escrito el 13 de octubre de 2007


Dadas las circunstancias, es aceptable que el lector sienta una apabullante presión que le sugiere abandonar su celda. Son fuertes las ataduras que le sostienen y llevan a considerar dos veces la posibiliad de trasladarse a un lugar que le proporcione la paz que años atrás disfruto con evidente plenitud. No es extraño que el rechazo aparezca inmediatamente cuando una criatura ignorante (no puede ser calificada de otra manera) salta e insulta a quien busca tranquilidad, escupiendo entre frases peyorativas calificativos como "traidor", "apátrida", y otros similares, impulsados por un desconocimiento absoluto de los derechos del prójimo y un degradante nacionalismo extremo.

Cuántas personas, entre lágrimas y llanto desgarrador, no se vieron en la terrible necesidad de abandonar su amado país por una coyuntura que lo causó. ¿Constituye eso un acto reprobable? Para nada. Con duda y temor el inmigrante pisa tierras desconocidas, albergando en su corazoón la esperanza de poder encontrar algún día, frente a cualquier dificultad, la paz arrebatada. Tal ha sido el caso de millones. Lamentablemente, uno de sus principales miedos reside en la mente de prejuiciosos, entre quienes hallamos, inclusive, pobres parásitos que no aportan elementos positivos al lugar que dicen defender.

Para comprenderlo basta situarnos en el lugar de un sujeto que exige un sitio donde no se vea amenazado, donde terceros no busquen injustamente perjudicarle, donde halle tranquilidad o simplemente quiera proporcionar un futuro mejor a su familia.

Mi posición es igual a la de otros tantos que aún resisten con la esperanza de un amanecer mejor en nuestras ventanas, así será durante un tiempo que desconozco y espero nunca tener que abandonar esta habitación. De igual forma hay muchos que desean edificar su futuro en una sociedad distinta, más acorde a sus aspiraciones y exigencias. Lanzar reproches ante decisiones tan personales es un acto ridículo. Nadie abre los ojos por primera vez para fijarse en una cadena multicolor que sostiene su tobillo. El aprecio, dedicación y defensa hacia la tierra donde se nace surge debido a múltiples razones, muchas convencionales, otras bastante comprensibles, pero no se nace firmando un documento que imponga la permanencia en fronteras establecidas. Afortunadamente, somos libres de cruzarlas si es nuestra decisión. Hasta que no despertemos en una prisión donde, por una u otra razón, nuestras aspiraciones se vean amenazadas, limitadas, nunca entenderemos el valor de la llave que aparta los barrotes.

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