miércoles, 9 de enero de 2008

Condenas aleatorias


Escrito el 17 de mayo de 2006

De pronto, el inocente que se encuentra descansando en el sofá de su habitación ve como la calma es severamente arrastrada por el temblor. Bajo los escombros y el polvo descansa la mano inmóvil. Al mismo instante, en otro lugar indiferente a aquella tragedia, un errante se aventura por un callejón a las tres de la mañana, a sabiendas de un alto riesgo latente, pero a pesar de ello llega sano a su destino. ¿Quién o qué impone una decisión tan trascendental como el momento de la muerte?

A veces nos dicen que debemos cuidarnos de hacer cosas que puedan poner en riesgo nuestra integridad física, pero la vida parece enseñarnos día tras día que eso no es algo determinante al momento de hacer frente a nuestro desenlace. Cuando llega el momento, así el elegido se encuentre en el lugar más seguro habrá de enfrentar la fatalidad; si no es la hora, aún en la peor situación la persona no abandonará este plano.

Es un azar la realidad en que nos movemos. Caer o no en las trampas que dispone el tiempo depende no únicamente de una habilidad adquirida o una falta de conocimiento, sino precisamente de un "poder" que determina los hechos independientemente de la voluntad del individo, o al menos así parece. Eso de cierta forma suena escalofriante para algunos, ya que reduce el estado en que no nos encontramos sujetos a decisiones ajenas, es decir, estropea gravemente la creencia en la libertad. Igual de probable es que todo esto sea una idea poco consistente y se remita al hecho de que existen millones de implicaciones frente a ese fenómeno tan relevante, en torno al cual, silenciosamente, recorremos un camino que terminará llevándonos al insondable destino llamado muerte.

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