miércoles, 9 de enero de 2008

Hairspray


Personalmente no me gustan mucho los musicales. No porque sean malas películas sino, más que nada, porque consisten generalmente en una historia bastante interesante interrumpida por números musicales que pueden o no ser disfrutables y que no aportan nada a la idea general.

Pocos musicales son, entonces, los que me han gustado en esta vida. Descubrí que aquellos que me hacían salir contento del cine eran lo que utilizaban la música como un arma para mover la historia y hacérsela sentir al público con mayor énfasis. Los musicales de Disney de principio de los noventa son los filmes que mejor han dominado este arte, con joyas como La bella y la Bestia y El rey león, que duraban hora y media, y abarcaban toda clase de emociones sin perder un solo segundo.

Me gusta hablar bien de Hairspray porque no sentí, viéndola, que la historia se detuviera durante los números musicales. Además, no se siente que haya podido ser una puesta en escena teatral, debido a lo fílmica y divertida que es, los muchos ambientes que recorre y el movimiento acelerado de su historia.

A primera vista, parece una historia frívola y gustosa, y a más de uno le ha llamado la atención la idea de ver a John Travolta (arriba) interpretando a la madre de la protagonista (muy bien y muy femenina, por cierto). Pero la verdad es que Hairspray también asombra por el peso de su temática: la discriminación. La película no trata temas distintos a los de El color púrpura o La lista de Schindler, sólo que lo hace con trompetas, colores y laca. Verás del racismo, pensarás en el sexismo, odiarás los innaccesibles cánones de belleza que exige nuestra sociedad y, además, te reirás en el transcurso.

Por eso les recomiendo que vayan a ver Hairspray, les gusten los musicales o no. Y si no les gusta, me pueden pegar en la cabeza al día siguiente en clase y echarme la culpa.

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